TINTES NATURALES, TEÑIDOS TEXTILES, COLOREAR EL ALMA

TINTES NATURALES, TEÑIDOS TEXTILES, COLOREAR EL ALMA

Vestirse, cubrir el cuerpo para abrigarse y protegerse ha sido una necesidad desde tiempos inmemoriales. Primero con pieles, luego con tejidos, ha sido un desafío, una prueba de ingenio y búsqueda de elementos que sirvieran para estos fines. Cueros usados a semejanza de los animales, fibras naturales humedecidas, friccionadas ó torneadas, unidas hasta lograr fuertes hilados que, tejidos, comenzaron a transformarse en piezas resistentes y envolventes, con la elasticidad necesaria para generar formas flexibles y versátiles, adecuadas para un vestido, un recipiente o una cama.

Acto mágico la creación, cuando buscando una solución, se descubren las distintas posibilidades de aquello que nos rodea; tener la capacidad de transformar nuestra realidad con el fin de mejorarla y así alcanzar mayor bienestar. Abrigos más calientes, telas más resistentes, colores más vivos, solemnes o alegres, que simbolizan y dan carácter especial a distintos momentos de nuestras vidas. 

Y es un hecho universal, que transcurre a lo largo y ancho de este mundo, en distintas culturas y tiempos, que la utilización del color en la vestimenta tiene un valor que va más allá del gusto personal. 

 

  1. pieza textil hallada en el desierto de Arava (Israel), por Erez Ben-Yosef y su equipo de la Universidad de Tel Aviv, evidencia más temprana del teñido de plantas textiles (lino y algodón) de la región mediterránea, siglo XIII a siglo X a.c https://www.quo.es/wp-content/uploads/2019/10/revelan-uno-de-los-tejidos-tenidos-mas-antiguos-conocidos.jpg
  2. mujer cañari tejiendo; la influencia inca dejó muchos rasgos en los textiles elaborados por las poblaciones andinas. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/27/Kanari_awaq_01.jpg



 

Detalle del Mosaico del Nilo de Palestrina, con soldados helenísticos que visten túnica (siglo I a. C.)

 Algunos colores se han identificado con el status social, como el púrpura de Tiro reservado para las altas clases de Grecia y Roma; o el tinte proveniente del azafrán para teñir de amarillo las telas que envuelven las momias en Egipto; el negro del luto, el gris del medio luto, el blanco de algunas novias, los distintos azules índigo para el popular “blue jean” o los celestes pastel que colorean las vidrieras de Toulouse, los fuertes contrastes de los opuestos cromáticos de los tejidos andinos o el rojo original del ejército británico; cada tono, cada matiz encara un mensaje diferente dependiendo del lugar geográfico, la cultura, los legados familiares y costumbres de cada región del planeta.

 Y es maravilloso imaginar la primera vez que alguien usó una raíz, restos de ceniza, la tinta de un animal, la corteza de un árbol o la tierra que pisaba, para teñir un trozo de tela o un pedazo de cuero, la lana de un animal o las fibras vegetales con las que tejía sus canastos. El conocimiento y la capacidad de observación que requiere saber cuál material elegir entre todo lo que nos rodea, es lo que ha hecho avanzar, durante siglos, la práctica de teñir con tintes naturales. Minerales, tierras, material vegetal o animal, insectos, huesos, aplicados en determinadas condiciones sobre piezas de origen animal ó vegetal, dan como resultado una variedad de colores y matices que aportan riqueza cromática sin igual. Los descubrimientos, los errores y el estudio de los mismos, la trasmisión de conocimientos de una generación a la otra, de un pueblo al de su vecinos, siglos por siglos, han forjado teorías del color enriquecidas por el tiempo y su práctica. Entre los siglos XII y XVII surgen textos llevando este arte del teñido al nivel de una disciplina académica, material que ha sido vital para la continuidad de esta actividad a través de los años.

Recién a mediados del siglo XIX, en 1856 (año de la construcción de nuestra casa en la ciudad vieja montevideana), aparecieron los tintes sintéticos cuando William Perkin, por accidente obtiene como resultado un tinte púrpura, la malveína -cuando buscaba sintetizar un medicamento contra la malaria- y a partir de allí logró describir el procedimiento y armar, en 1858,  la primer industria de tinte sintético. Llega la revolución industrial y con eso, la explosión de la creación de nuevos tintes industriales de menor costo y de uso más sencillo por el público en general; su evolución y desarrollo sigue en fuerte crecimiento hasta el día de hoy, es popular y económico. Actualmente se fabrican más de 8000 tipos de tintes artificiales.

 De todos modos, la tendencia que se ha instalado en los últimos años, ha renovado el interés por el uso de tintes naturales. Para trabajar sobre textiles de origen animal o vegetal, el uso de material tintóreo natural, es ideal y alineado con la premisa de trabajar con procesos que respeten el medio ambiente y defienden el slow fashion asociado al trabajo manual sobre textiles como la lana, lino, algodón, seda, sin el agregado de materiales sintéticos. Se rescatan las monografías de biólogos, naturalistas y coloristas, que a lo largo del tiempo, han descrito los procesos para aplicar, y mantener, los colores provenientes de la naturaleza en el material textil que elijamos.

 

Hace unos años que venimos atentas a nuestra intuición, la que nos empuja a hacer con las manos, a involucrarnos con los procesos, a querer probar y experimentar; seguramente cuando observamos la rica variedad de naranjas, que le mostraban a un grupo de monjes en una tienda de Varanasi, se activó nuestra curiosidad por los tintes, miramos con respeto y luego nos acercamos para tocar las piezas de tela y deleitarnos con la pared entera de estantes repletos con sus distintos matices, quedamos maravillosamente impactadas.

 

Foto superior: https://extremundo.com/sadhus-hombres-santos/

Foto inferior izquierda: banco propio, Rossana

Y, a mediados del 2019 prendió, fuertemente, la semilla de esta práctica en nuestros corazones, compramos libros, telas y algunos elementos con el entusiasmo desordenado de quien inicia una nueva práctica. Durante el 2020 nos inscribimos en cursos presenciales, virtuales, tomamos vídeos en vivo y asistimos a masterclass, en Uruguay, México e Israel, compramos tintes, probamos, erramos y también dimos en el clavo. Una efervescencia caótica y eléctrica nos llevó a probar hasta que nos dimos cuenta de la importancia de ir ordenadamente, anotar en cuadernos, pesar, proyectar y respetar los procesos. Que no es lo mismo teñir lana, algodón, seda o lino, que cada textil tiene sus fórmulas y posibilidades, que no es lo mismo trabajar con hojas que con polvos, que la remolacha por más colorida que sea, no tiene tanto valor tintóreo y que la cáscara de cebolla da un hermoso color amarillo. Confeccionamos planillas, hicimos cálculos y empezamos a controlar algunas partes del proceso. La magia fue tomando su lugar en nuestros corazones hasta quedar instalada, tiñéndonos completamente.

Conocimos otras personas que hace años trabajan en ésto, leímos en inglés y francés, tradujimos nombres de algunas plantas y nos asombramos con algunos resultados, lavamos más de 200 cáscaras y semillas de paltas -donadas por un restaurante que respondió a nuestro entusiasmo-, comenzamos a guardar cáscaras de cebollas, reconocimos distintas variedades de eucaliptus y recibimos bolsas repletas de distintas semillas, cortezas y ramas para probar.

 

También leímos que existe el Museo del Color de la Sociedad de Tintoreros y Coloristas, en Bradford, UK, que actualmente está cerrado, pero que tiene un archivo increíble para descubrir. Por ejemplo describen que algunos de los materiales, de origen natural,  utilizados para teñir tejidos son tan dispares como: el añil que da un tinte azul, la gualda amarillo y la rubia rojo. Que el tinte negro provenía del palo de Campeche y el violeta a partir del liquen llamado urchilla. Que, además, de los moluscos del género Murex se obtenía el costoso tinte púrpura tiria, también conocido como púrpura imperial, que, como ya dijimos, se teñían las vestiduras de los emperadores romanos.

 

Frente a toda esta información interesante, la explosión de colores de las imágenes y de las primeras muestras, empezamos a experimentar y a descubrir la magia de este proceso, que en realidad reúne distintas fórmulas, variaciones, modificaciones, tiempo, fuego y, además, algo de azar. Y que, sobretodo, nos desafía a la presencia y concentración absolutas con una buena pizca de paciencia.

Para empezar, las telas se lavan, siempre, para sacar todo apresto que puedan traer de fábrica, se pesan, una a una. Se decide cómo se va a teñir, qué proceso será el más adecuado por el tipo de tela, el uso que se le va a dar y los materiales tintóreos que tenemos.

Dependiendo de esta elección, será la fórmula de mordentado que vamos a utilizar. El mordentado es importante, y es preciso, son % del peso de la tela a teñir. Hay que familiarizarse con los químicos que se usan, hay gente que usa soja, nosotras usamos alumbre y ceniza, en algunos casos con vinagre, en otros con sulfato de hierro, y, en algunas ocasiones, hemos decidido poner nada, como con la seda y la lana. 

En todo momento hay que tomar decisiones, por eso es imprescindible ir anotando, porque después nos olvidamos y cada detalle significa una diferencia en el resultado. Es difícil pero hay que largarse al agua, o a la olla, y probar.

 

¿Para qué es el mordiente?, para preparar la tela para que reciba el color, de esta manera el tinte se integra a la fibra dejando de ser soluble en agua, esto es, se puede lavar sin problema y el color se mantiene.  Sin el mordiente la magia se desvanece.

¿Para qué el sulfato de hierro, el vinagre ó el cremor tártaro? Para hacer modificaciones de color en los baños donde sumergimos nuestros textiles, con algunos se logran colores vibrantes y con otros oscuros, agrisados, así es que probando se pueden conseguir variantes asombrosas partiendo de una misma tela, ¿cuántas?, dos, cuatro, ocho, la verdad, que muchas más de las que te imaginas, es asombroso.

Y seguimos sumando variantes cuando podemos hacer los famosos atados y agregar concentrados en polvo, pétalos de flores, semillas molidas, cáscaras trozadas; ó cuando usamos las técnicas del eco print -sí, en plural porque hay varias- y nos maravillamos con  la naturaleza impresa, los detalles o sus siluetas, sombras y colores.

 

 

Luego, a la olla, a cocinar al vapor o por inmersión. Cada paquete bien atado, o la tela bien sumergida, 20 minutos, 40, hora y media ó más, dependerá del resultado que buscamos. Sacamos enseguida ó lo dejamos enfriar, se espera una noche, ó un día entero. 

 

Más vale probar y aprender, jugar y entender el proceso, no es malo equivocarse, es una manera de asimilar conocimientos, de profundizar en la tarea, de ejercitar la intuición que, como siempre, es un ingrediente importante en toda tarea creativa.

 

Así que aquí estamos, probando, jugando, dejando que la magia de la naturaleza nos susurre al oído y nos empuje a crear, cada día, desde nuestro corazón.

¿Nos acompañas?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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